miércoles, 19 de febrero de 2014

PDLN

                                            
                                              CAPITULO V
                                          PRIMERA PARTE
                       UN METEORITO COMO GROENLANDIA


Según el Observatorio Astronómico Nacional, el verano de 2013, comenzó el viernes 21 de junio a las 07 horas 04 minutos. Pues bien, a esa misma hora  de la mañana ya estaba mi querida esposa acicalada  e impaciente dispuesta para ir a recoger su piscinita hinchable de cada año  a un lugar (Carrefour)  poblado de ánimas desposeídas de formas y maneras; malhumoradas, recelosas y antojadizas.

 No hay nada más que comprobar con qué desconfianza se miran unas a otras ante la posibilidad de que alguien se les cuele en la cola de la pescadería, carnicería o charcutería.

O los desbordados carros que pasean orgullosas por los pasillos con gran parte de productos que desconocen y sólo  han de catar; o la infinita desconsideración y menosprecio con que soban la fruta para saber si está madura o verde, cuando en realidad no distinguen más allá de lo evidentemente pocho o  verdechillón, acabándose  por llevar los melones o tomates más sobado (por otros como ellos)

O esos niños que pululan asilvestrados, que lo único que merecen es ser atados con colleras; y que parecen hambrientos a juzgar por la avaricia con que van abriendo todo tipo de bolsas y tarros ante la indolencia de sus padres.

 O ese momento sublime en el que uno, después de hacer una hora de cola para pagar, la chica de la caja, que mastica un chicle al que debe odiar a juzgar por el desespero con que masca, y dice a la mujer que te precede: Son trece con cero siete céntimos.

Y la mujer abre su bolso y no encuentra el monedero.
 “¡Uy! Espero que no me lo haya dejado en casa. Juraría que lo llevaba – dice mientras sigue removiendo el interior del bolso – Qué cabecita la mía.  Pues no; no, no; no está. Mira que si lo he perdido…”

Pero que por fin encuentra después de diez minutos y haber metido casi la cabeza dentro del puto bolso. 
 “Ah, no. Está aquí” – dice con la sonrisa de quien se acaba de librar del ridículo. Saca entonces un monedero del volumen de un ladrillo y que al verlo uno se tapa la cara porque parece a punto de explosionar de lo atiborrado que está de no se sabe qué.

“ ¿Cuánto me has dicho?”
“Trece con cero siete” – responde la chica de la caja con añejo hartazgo.
Abre entonces la mujer el monedero y se le cae un sobrecito rojo perecido a los que incluye Pierre Cardin en la compra de una de sus joyas.

 “Ay” – exclama. Se agacha a recoger el sobrecito y luego, mientras se incorporar, añade - :   “Perdona, nena, pero se me ha caído la garantía del reloj que me regaló mi hija para celebrar el momento histórico en el que el hombre llegó por primera vez  a la luna ”.

Mientras busca el dinero, uno observa, aunque sólo sea para entretenerse, que las ranuras correspondientes del monedero,  todas están llenas  de tarjetas de crédito bancarias,  pero no sé por qué se me antoja que pertenecen por su colorido a la Barbie Millionaire.

También puedo observar, pues la señora parece revisar el contenido de toda la cartera, un sinfín de notas de compras que no me extrañaría que guardara  desde el día que entró en vigor el euro, y otro apartado de fotografías de familiares que a decir por el colorido deben remontarse a   Atapuerca.

Por fin la señora extrae un billete de diez euros y se los da a la empleada. Abre seguidamente la  cremallera de las monedas y con el dedo índice empieza a removerlas con el monedero a cinco centímetros de las narices.

Por suerte encuentra algo, mete dos dedos en forma de pinza y extraer una moneda de veinte céntimos. “No, esta no”. Revierte el proceso y continúa rebuscando. Saca otra moneda de dos euros que también le da a la chica,  que en una de éstas, si en vez de morder el chicle se muerde la lengua va a dar un grito que la van a oír desde el hospital.

 Luego saca  la anterior moneda de veinte céntimos. “Toma – dice a la empleada que se le empieza a poner la cara de la chica que sale del pozo en la  película japonesa The Ring -  Perdona que tarde, hija, pero es que tengo que deshacerme de tanto suelto como tengo. Lo comprendes, ¿verdad?”

 La cajera, furibunda, como toda respuesta insufla una pompa con el chicle  que estalla en su boca. Luego me mira con los ojos encendidos. La mujer va teniendo suerte y saca otra moneda de cincuenta, y tres de diez céntimos.

 “¿Cuánto te he dado ya?”.
“Tres euros”.
 Y la mujer sigue rebuscando. Se detiene y pregunta: ¿Y cuánto era?
 “Trece con cero siete céntimos”.

Continúa y por fin saca las dos monedas de un céntimo, pero al entregarlas se le resbala una de ellas, ésta rebota en el mostrador y cae al suelo. La mujer mira entonces hacia el pavimento buscándola.

Viendo que la espera se prolongará irremediablemente media horas más hasta encontrar el céntimo, me atrevo a preguntar a la cajera, aún a sabiendas que como toda respuesta pueda recibir una peineta:
“Disculpa, guapa. ¿Podrías prestarme tu chicle?




La MDLN salió de casa a las nueve y media para estar puntualmente a las diez en Carrefour. Y allá la once llamó al timbre de la puerta de nuestra casa acompañada de dos operarios con mono azul del mencionado supermercado.

-         Hola cariño, traigo la piscina. – me dijo.
Extrañado miré a los obreros, y como no viera ninguna caja, pregunté:
-         ¿Y la piscina?
-          Es que…- dijo- no cabe por la puerta. Así que…tenemos  que entrarla por la terraza
-         ¿No cabe…? ¿Por la terraza? – exclamé, no sé si más sorprendido que intimidado - ¿Tan grande es?
-         Luego te lo explico.

Como todo el mundo sabe, en  un matrimonio como Dios manda, hay frases perversa, preñadas de cualquier significado excepto el literal. Entre ellas está: Luego te lo explico. Que viene a significar: calla y no preguntes. Viendo mi expresión de desconcierto, mi señora, añadió complaciente:
-         Puedes seguir  con lo que estabas haciendo. No creo que necesitemos tu ayuda.

Dos frases que están en el top ten de arriba catalogadas de perversas . ¡Y juntas! Una detrás de otra. Si mi mujer, MDLN, tiene, debe, o se le antoja hacer un trabajo que requiera cierto esfuerzo muscular en nuestro hogar, y le pregunto si quiere que la ayude, y me responde que no, que no me necesita, entonces siento, lo que debieron sentir las hordas de Alá al oír  el repicar de las campanas de Jericó: terror. Uno puede esperarse lo peor. Para cerciorarme de la gravedad del asunto, mentí:

-         Estaba viendo el partido de futbol: Bollullos - Trijueque.
-         ¿Y cómo van?
-         Ganan siete a cero los del Trijueque.
-         Pobres Bollullos. ¿Y cuánto falta para terminar el partido?
-         Ochenta minutos.
-         Ah, pues puede seguir viendo el partido tranquilamente mientras nosotros entramos la piscina – dijo abriendo la puerta del patio.


Según esta breve conversación, la cosa prometía ser peor, mucho peor de lo que  en un principio hubiera podido pensar.

Y si he de ponerme melodramático, pues qué coño, me pongo y punto, razón no me falta: aquello era como ver por un telescopio un meteorito del tamaño de Groenlandia procedente del  confín de la galaxia, aproximarse inexorable hacia la Tierra, amenazando así con destruir toda señal de vida en la misma.  Y yo, créanme,  no soy Bruce Willis.

Tras abrir la puerta del patio, Chispa pasó al interior. “Hola Chispa” -  dijo mi mujer – Sujétala mientras descargamos la piscina. Chispa olió al operario que acompañó a mi esposa.

Su compañero, (El otro operario) mientras,  había ido hacia el exterior. Apesadumbrado me senté en una silla del comedor a la espera de que se hicieran realidad mis peores augurios.

Y cual  Marlon Brando interpretando al coronel Kurtz en  Apocalipsis Now, comencé instintivamente a acariciarme la cabeza murmurando: El Horror…, el horror… 

Chispa a mi costado me miraba tratando de comprender mi apesadumbrada actitud.

 Miré luego a través del ventanal y pude ver como el obrero del supermercado  ayudaba a la grúa que desde la calle descargaba sobre el patio un enorme obelisco estampado con motivos playeros.

 Coronel Kurtz: Sí, el horror tiene rostro.  “Tienes que hacerte amigo del horror”.

Así que salí al patio seguido de Chispa y pregunté a mi esposa:
-         Cariño, ¿te has comprado una piscina o todo un parque acuático?
-         No, sólo una piscina grandecita
-         ¿Grandecita…?
-        
-         Ya…
Bien. Les aseguro que cuando mi mujer dijo en su spot, que por 4 euros más compró una piscina de 3, 50 metros de diámetro, es cierto. Pero no señaló que se gastó 175 euros más; hagan pues unos elementales cálculos para saber las dimensiones reales de la piscina.

Tampoco matizó al decir : “ande o no ande caballo grande” Tan grande como que el caballo no cabía en la cuadra.

-         ¿Quiere que se la instalemos?- dijo uno los operarios una vez la grúa posó el monolito de Odisea del espacio sobre el patio
-         No, no hace falta.- dijo la MDLN
-         Pero mujer… - acerté a decir
-         Sólo tenemos que abrir la caja y extenderla.
-         ¿Y cómo la hinchamos? - repuse
-         Lleva incorporado un dispositivo de hinchado automático – argumentó feliz

Quise invitar a  los trabajadores del supermercado a tomar una cerveza, pero éstos desaparecieron raudos tras oír el pistoletazo de salida: no hace falta. 

 Luego la MDLN entró en la cocina. Hacía un calor sofocante, aunque de vez en cuando soplaba del norte un apacible céfiro. Chispa bebió agua de su vasija sin perderme de vista.

También se podía oír la algazara de los niños proveniente del pequeño parque infantil. Justo en ese instante apareció de nuevo la MDLN en el patio. Instantáneamente, tanto Chispa como yo, advertimos algo en su mano derecha.

 Era un cutter.  Si en vez de la MDLN hubiera aparecido en el patio Norman Bate de Psicosis con un cuchillo de cocina en la mano, Chispa y yo hubiéramos padecido menos canguelo.

Para que se hagan una idea de lo que eso significa, la última vez que mi mujer abrió una caja con un cutter, que contenía varios libros que se compró por Internet, tras algunos forcejeos, los libros quedaron convertidos en un puñado de confetis. Puro virtuosismo.

Y la muerte…acechando



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