miércoles, 1 de enero de 2014

ABC

                                     CAPITULO II

                                      Segunda parte

                              MAXWELL SMART
                       LOS PERROS DE TINDALOS
                                               Y
     UNA RESPUESTA ABYECTA, MUY ABYECTA



Después de tan larga conversación telefónica con mistel  Yalibuli,  exhausto, yo diría que, sin ánimo de exagerar,  hecho unos zorros, descabecé en contra de mi voluntad un vigorizante sueñecillo de no sé cuanto tiempo para despejar mi mente. (Pura necesidad)).

Y digo en contra de mi voluntad, porque si hay un acto fisiológico en la  vida de un hombre que no me gusta, es dormir. Detesto dormir.

Sin duda se preguntarán por qué. (En cualquier caso se lo voy a  encasquetar  de todas formas). Y es por lo siguiente: uno siempre se va a  acostar en el presente, siempre, ¿o acaso saben ustedes de alguien que se vaya a dormir en el pasado o en el futuro?

 No. Uno siempre lo hace en el presente. Pero, cuando se despierta, ¿dónde lo hace? En el futuro. Y el futuro nadie sabe lo que nos depara.

 Como aquel amigo mío de juventud, gurrumino de gran valía, soltero, cuyo padre le puso el aristocrático nombre inglés de Jeremy, pero que todos sus amiguitos le llamábamos por su nombre y primer apellido: Jeremy Cipote,  que de mayor deseaba ser  mosso d´esquadadra, y que  después de una noche de juerga se fue a dormir y cuando se despertó en el futuro se encontró casado, con cuatro niños, (Tommy, Ray, Gregory y Gerard Cipote)  la suegra viviendo en su casa y siendo mecánico chapista.
Terrible. Y esto nos puede pasar a todos. 


 Sigamos. Satisfecho mi breve sueñecillo, al momento mi esposa entró por la puerta (siempre tan tradicional ella). La noté acalorada y con el pulso acelerado, como si viniera de hacer joystick… o jogging…, no recuerdo bien.

-        Hola cariño, qué tal te ha ido – dije

 Nerviosa y confusa, con voz jadeante, dijo:

-        ¿Has visto mi móvil?
-        Sí – dije – está aquí encima de la mesa.

Cogí el teléfono y se lo mostré. Ella sopló con fuerza el aire de los  pulmones, como si se quitara un peso de encima.

-        ¡Uf ¡– exclamó – creí que lo había perdido.

Me mostré comprensivo. (Como siempre)

-        Lo has debido pasar fatal (sin el móvil)
-        Pues sí, la verdad – dijo colgando el bolso en el respaldo de una silla – pensé que me lo habían robado.

Nosotros vivimos en un pueblo relativamente grande. No creo que haya en todo él  un descuidero lo suficientemente hábil, osado o insensato como para atreverse a robar el móvil a mi esposa. De haberlo, ella pondría en alerta a sus muchos conocidos (amigas, primas, etc, etc): unas representantes notables de la localidad y otras empleadas en estratégicos estamentos.

 Todas ellas, por orden de mi esposa, pondrían a su vez en alerta a sus correspondientes amigos o camaradas, y someterían al pobre caco a una persecución implacable hasta conseguir encontrar el móvil.

Luego se sentó a mi lado en el sofá. Se acodó en las rodillas, trémula, y quedó con la mirada fija en el móvil, obviamente reponiéndose del síndrome de abstinencia (De la movilcina).

Desde que se comprara el primero, años ha, y como ya dije más arriba, ésta era la segunda vez que mi esposa olvidaba su móvil en casa.

 En la primera ocasión recuerdo que estábamos sentados en una terraza de la plaza Cal Font tomándonos algo, cuando de pronto empezó a rebuscar compulsivamente en el interior de su bolso. Pensé que le habían robado o que había perdido la cartera. “¿Qué buscas?”, pregunté. “El móvil”-  contestó ella vaciando todo el contenido del bolso sobre la mesa – Creo que me lo he dejado en casa”.

Cortés, amable, complaciente, un sueño de hombre, como siempre soy, me ofrecí para írselo a buscar. (Aunque esto francamente no lo recuerdo con seguridad, pero conociendo mi innata caballerosidad, nadie que esté en sus justos cabales, o no sea un mentiroso compulsivo, podría ponerlo en duda )  “No es necesario” dijo mientras guardaba de nuevo en el bolso el batiburrillo de cosas que había extraído.

 Al cabo de un par de minutos vi como, inconscientemente, se llevaba al oído un estuche de cosméticos de parecidas dimensiones a su móvil que se había dejado sobre la mesa. ¿Diga? ¿Sí? -  decía por lo bajini - Después cogió el vaso largo de cerveza y más tarde el servilletero.
    
- No debe haber cobertura.

Suerte tuvo de no haber un zapato sobre la mesa, que en semejante caso hubiera parecido Maxwell Smart.

-        ¿Me ha llamado alguien? – dijo por fin

Esta era una pregunta retórica, claro. De contestar que no, estoy seguro que su autoestima hubiera descendido a niveles de subsuelo, o pensado algo peor y más común entre los moviladictos: no me llaman, luego no existo.  Aunque en tal caso, siendo yo como ya ustedes todos me conocen: un esclavo de los caprichos y el bienestar de mi esposa, no hubiera dudado en mentir.

-        Un tal Mistel Yalili, o Yalaluli – dije
-        ¿Yalilai?
-        Es posible. Por cierto, hablaba fatal. Menos mal que estudié inglés de joven con el método australiano kukubala.

Una leve sonrisa de satisfacción iluminó la  cara de la MDLN

-        Tengo entendido que es un hombre muy influyente, y una de las mayores fortunas de China- dijo, como para sí – Conoce a Obama, y a Donal Tramp, y… a Ana Botella. A ésta yo creo que un poco por chufla. 
-        Seguramente – dije, como por decir algo
-        Es un hombre muy ocupado. Ni siquiera puede hacer vacaciones. Es raro que me haya llamado. Tiene varias secretarias para administrar su repleta agenda social. Con decirte que los email que me envía los escribe a las tres de la madrugada hora china.
-        Pues una de sus secretarias se ha debido despistar. Ha llamado cuatro veces
-        ¿Cuatro veces? – dijo con sonrisa ilusionada
-        Sí. Se habrá tomado un par de horas de vacaciones. Él, o sus secretarias
-        ¿Y qué te ha dicho?

A  veces creo que mi mujer me considera un ser superdotado (mentalmente hablando (lo soy pero no hasta esos extremos, joder)). Sin embargo…, confieso con humildad ( ¡Condenada humildad!) que no lo soy. ¿Quién puede recordar una conversación telefónica   después de un par de cervezas, ver  los resúmenes de los partidos de futbol, reflexionar hasta la espiritualidad sobre complicadísimas teorías cuánticas, y un reparador y vigorizante sueñecillo en contra de la voluntad de uno.?

Seamos sinceros: nadie. Y desgraciadamente yo no soy la excepción, pero como sabía de la gravedad de la pregunta, que de no recordarla, se me echarían encima los perros de Lovecraff,  hice un vigoroso esfuerzo mental y mandé un S.O.S al hemisferio derecho de mi cerebro que es dónde guardamos parte de la memoria. Pero… ¡ca! nada. No recibí respuesta alguna.

Redoblé mi afán sabedor de que los perros de Tíndalos (Qué malos) ya me olisqueaban las pantorrillas, probé con el hemisferio izquierdo. Por suerte esta vez sí recibí contestación, eufórico, exclamé, de corrido: ¡Barcelona 3, Betis 0!

Teniendo en cuenta el odio africano que siente mi esposa por el futbol,  me hubiera gustado tener testigos de la expresión de su cara. Con decirles que hasta la pobre Chispa, al oír mi metedura de pata, y conociendo la posible reacción atómica de mi esposa, se colocó al lado del mueble de la televisión, se sentó sobre sus cuartos traseros, y se quedó inmóvil como una decorativa figura de porcelana china tratando de pasar desapercibida.
 
-        Disculpa, creo que he tenido un lapsus, ¿verdad?…- me apresuré a excusarme 
-        No te acuerdas… ¿A que no?
-        Hemos mantenido una larga conversación con muy variados temas. – dije con pomposidad tratando de dar  a mis palabras un tono de fingida trascendencia
-        ¿Tú, una larga conversación telefónica…?

Noté en su voz un cierto tono de incredulidad. ( Para mi injustificado)

-        Cariño, lo largo y lo corto son conceptos subjetivos – dije obstando por llevar la conversación al campo de la  disquisición filosófica, que es uno de los campos en lo que yo me desenvuelvo con la gracia de un bailarín del Bolshoi (Más o menos, pero allá, allá). Otro es en el de los campos de fútbol, pero no me pareció adecuado.

A mi esposa se le crisparon los músculos maxilares dando claras muestras de que no era muy fan de las disquisiciones filosóficas.

Mientras, Chista, que seguía decorativamente petrificada  previendo el peligro, me miró a hurtadillas moviendo a izquierda y derecha los ojos, como advirtiéndome que no siguiera por ese camino.

Luego, en uno de sus típicos gestos con la cabeza, mi esposa, generosa y magnánima (todo hay que
decirlo) me perdonó la vida.

-        ¿Y qué quería? – preguntó de nuevo
Con esta pregunta vi el cielo abierto: La recordaba perfectamente.

-        Quería hablar contigo – dije orgulloso de mi
-        Si no hubiera querido hablar conmigo no me hubiera llamado, ¿no crees?

¡Touchdown!, o touché. No recuerdo bien

-        ¿Quién es exactamente  mistel Yalaluli? – pregunté

Para un aficionado taurino, esta pregunta vendría a equivaler a un pase de tirón, que es el utilizado por el torero (yo mismo en este caso) cuando quiere cambiar al toro ( ella misma en idem) de terreno, por tercio o querencia

-        Ya te he hablado alguna vez de él.

Pero (¡coño!) lo que tenía enfrente era un morlaco cuernilargo,  mal encarado y ojos inyectados en sangre. (la mía) . ¿Recuerdan que ya dije que no tengo una gran memoria. Y que por ello tengo que eliminar algunos recuerdos? Pues éste era uno de ellos. Todo lo que hacía referencia a mistel Yayiluli estaba irrecuperablemente en mi papelera de reciclaje.

-        Sí, ya lo sé – dije, con mi credibilidad bajo mínimos –  Pero te he preguntado exactamente.


-        Ya, ya... No te acuerdas, ¿verdad? Todo lo que te digo te entra por un oído y te  sale por el otro, como siempre – dijo con ese típico tono de frustración que mantiene distraídos a tantos y tantos matrimonios. – Nunca me escuchas. ¡Nunca!

-        Cariño, no te lo tomes como algo personal, tampoco recuerdo lo que me ha dicho el   tal Yalaluli


-        ¡Yalilai! – gritó levantándose del sofá. Se giró hacia mi, dobló los brazos y colocando los dedos cual garras de águila rompehuesos emitió el mismo rugido bronco y gutural de una leona (ella) a punto de saltar a la yugular de un pobre, débil, indefenso y desamparado ñu (yo) Iba a decir algo,  pero con sorprendente e inusual autocontrol guardó silencio. Envainó las garras y se dispuso a salir de la estancia. Sin embargo, cuando ya me creía a salvo, oh cándido de mi, volvió a girarse y preguntó:

-        Por curiosidad: ¿qué has hecho durante toda la mañana?


 Hay preguntas de tu pareja que más que abatirte, te desloman como si recibieras un lacerante zurriagazo; sañosas y crueles, pero ésta que me acababan de formular, es, sin duda alguna, la  más terrible de todas. (Más cuando lo más tangible y evidente que has hecho es dejar sobre la mesa  dos cervezas vacías, y  en el fregadero una sartén, un vaso, un plato y un cubierto sucio).

Cómo explicarle que he estado meditando para desentrañar el gran misterio de las partículas elementales. O,  lo que es lo mismo, cómo hacer comprender, a alguien que odia el futbol, la  belleza geométrica del tiki-taka. Imposible. No había respuesta satisfactoria a esa maldita pregunta.

 Volviendo a símil taurino, el morlaco, con aquella pregunta, diríamos,  me había enfilado. En el figurado tendido de mi cabeza,  oí expresiones como: ¡Oooh! ¡Dios mío! ¡De esta no se escapa! ¡Pobre hombre!  ¡A este no le salva ni la Guardia Civil! Pero como viejo y buen torero baqueteado ( Con pundonor, eso sí, con pundonor) en mil corridas o preguntas  semejantes, decidí  arrancarme y embraguetar con valor. Dije:

-        Bueno…, iba a poner una lavadora y planchar un poco, pero…, el Yaliyuli ese no dejaba de llamar.

Tras mi respuesta observé que Chispa disimuladamente se tapaba con las cortinas del ventanal

-        ¡Ya! – exclamó mi esposa emitiendo un bufido. Y sin más desapareció en el interior del piso.

Sí, lo sé. Sé que mi respuesta no fue muy acertada puesto que jamás he puesto una lavadora o he planchado. Y sé que una de las grandes ambiciones, o ilusiones de mi esposa es conseguir que lo haga. Y que por consiguiente, mi respuesta puede ser catalogada de  abyecta, muy abyecta.

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