martes, 11 de febrero de 2014

YALILAI



                                 CAPITULO IV
                 
                  LORD BYRON Y LA MUETE

Antes de ponerme a escribir esto, como siempre, he releído mi anterior escrito. Y he de decirles, queridos lectores (5) que tengo erizado el bello de mis brazos y como agujas aceradas el pelo de mi cogote (No soy calvo del todo) Y que un  escalofrío alto voltaico recorre mi cuerpo y me hace dudar  entre si seguir escribiendo o ponerme a bailar breakdance.

Al pensar que unos humildes empleados de Yalilai,  tras su último e-mail,   empezaron a fabricar, tal vez con mimo, lo que acabaría siendo ni más ni menos que la mortífera, la letal, la homicida  arma que meses después casi me lleva a la tumba.

 Oh, cuan traicionera es la muerte, y qué inocente confiada la vida (que diría una señora cursi, o yo mismo si  he acabado de leer a Lord  Byron, como es el caso, o si me he tomado tres cervezas, como también es el caso)

Cuan trágico,  amargo y desolador es pensar en la infinita conjura con que la muerte conspira y se vale para matarte.

Oh, muerte ruin. Oh, muerte cobarde, que eres incapaz de mostrarte a cara descubierta ante tu elegido y expresarle sin  subterfugios tus negras intenciones. (Creo que esto me está saliendo un poco repipi, ¿no?)

¡No!

¡Nunca! Jamás, muerte,  te perdonaré que te hayas valido de unos pobres chinitos de Songjiang, distrito de Shanghai, inocentes e ingenuos para fabricar el artefacto que habría de matame,  o de ampararte en los sinceros sentimientos de nuestro amigo Yulibroder

(Creo que  debo elegir entre leer a Lord Byron, o beber cerveza)

Porque, la guadaña que conduce la parca (¡Joeee!) y con la que siega las vidas, no siempre es guadaña, no señor, a veces es un camión

 A veces, un rayo maleducado que te apunta sin el menor pudor, otras, un mamporro mal dado según se mire,  otras, un piano que baja a toda leche desde un sexto piso cuando uno está justo debajo dilucidando si son galgos o podencos, otras, un virus  al que alquilas  tu cuerpo con las mejores intenciones,  muta, y te destroza la vivienda, y otras, como es mi caso, una piscina hinchable. Qué extraña es a veces la muerte, y qué Friki (sobre todo en los ejemplos que he puesto)

Y por hoy voy a dejarlo aquí al menos hasta que se me pasen los efectos de la lectura,  o de las tres cervezas, que menudo pelotazo gongorino llevo encima. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario