miércoles, 22 de enero de 2014

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                                    CAPITULO II
                               
                                 QUINTA PARTE

            EL MARISCAL DEL TERCER REICH
                                  EL FORENSE
                                               Y
                                    LA MAYONESA


Acogotados ambos ( Chispa y un servidor) ella escondida debajo del sofá y yo sentado sobre el mismo, permanecimos  en silencio sin hacer el menor comentario.

-         ¿Tienes apetito? – dijo

-         Viéndote vestida con ese pijama – contesté con el tono de voz más grave que pude  – se me acaban de morir en el alma todos los apetitos que pudiera tener. ( A veces me gusta ser un poquito melodramático)

La MDLN agachó la cabeza y se miró el pijama. Luego dijo como si acabara de ver los veinte pueblos que con su gesto acababa de pasarse:
-         Me lo quitaré – y añadió: -  Y haré la merluza.
-         Como quieras. – dije indiferente.

Se cambió de pijama y oí cómo se dirigía a la cocina, sacaba un utensilio y lo colocaba sobre la encimera. Chispa asomó la cabeza debajo del sofá y me miró. La hice un gesto indicativo de que el peligro ya había pasado y que por tanto podía abandonar su escondite.

Luego me levanté del sofá en actitud airada, e interpretando sentirme humillado fui hacia la cocina acompañado por Chispa,  y en impenetrable silencio empecé a poner la mesa.

-         No la pongas aún. La merluza tardará todavía un buen rato en hacerse. – dijo con voz amable y complaciente

No contesté (la verdad es que cuando me hago el duro me doy  un poquito de miedo. Mismamente parezco un mariSScal del Tercer Reich,  en batín, pero nazi, nazi) Salimos de la cocina (la perrita y yo. Inseparables en tan tensos momentos) y volvimos al comedor. Por la hora que ya era en verdad me relamía pensando en la merluza.

Para hacer tiempo fijé mi atención en el televisor. En éste hacían un programa de cake Keys en el que un pastelero, más parecido a un carpintero, gordo y seboso, cuellicorto y barbudo que con dedos peludos y sin guantes amasaba una especie de plastilina que iba adosando a un bizcocho en forma de urinario. Supuse que era la Nouvelle Pâtisserie. 

Pero justo en ese instante oí como mi mujer, decía lo suficientemente alto para asegurarse de que yo la oía:

-         Vaya. Con los nervios y las prisas me he olvidado de comprar las almejas. – siguió un breve silencio. Luego apareció en la puerta del comedor limpiándose las manos con un paño. Dijo: - ¿Te importa que hoy no comamos merluza en salsa verde?

-         No – dije sin abandonar mi gravedad, pero sangrándome interiormente la úlcera. Y eso que no padezco de ulcera  – no me importa. (mentira cochina, pero…, el hacer sentir culpable a mi mujer tiene  un precio alto) Apenas tengo apetito. Me conformo con cualquier cosa.

-         En ese caso no te importará que comamos merluza frita, ¿verdad?

¡Touchdown! ¡Touché! Y requetouché, y requetouchdown.

 No conteté
Al oír lo de “merluza frita” creí que al mariscal del Tercer Reich le daba un tarantantan,  por lo que me recosté sobre el brazo del sofá.

 Detesto la merluza frita.

-         Como tú quieras. -  contesté sin embargo frío y desganado - Ya te he dicho que apenas tengo hambre.
-         Bien, haré entonces la merluza frita. – dijo volviendo a la hacia la cocina.

Apunto estuve de levantarme y arrodillarme delante de ella implorándole que hiciera, aún sin almejas, la maldita salsa verde. Pero no lo hice, el orgullo y el bienestar matrimonial, a veces te hace tragar sapos como Gozcillas.

Chispa, cómo me vería de abatido, que vino hacia mi y apoyó suavemente su cabeza en mi regazo mirándome con ojos enternecidos.

Traté de evadirme. En la televisión, una mujer ancha y oronda, sentada a una mesa confecciona en la trastienda de una pastelería de Johannesburgo un pastel en forma de Cadillac para un johannesburgués caprichoso y sesentón.

Alrededor de la cumplida maestra pastelera, pululaban dos resueltas señoras más jóvenes que parecían ser las dueñas, y tan entradas en carne y repolludas como la empleada.

A poco que uno sea malévolo parece que entre las tres se comían todos los artísticos pasteles que se daban al traste. No las censuro por ello, ojala todos los artistas hicieran lo mismo. (Adiós Guggenheim)

Seguí pues viendo la televisión mientras acariciaba la cabeza de Chispa. Al cabo de un rato miré el reloj. Eran ya casi las tres de la tarde. Se estaba haciendo tarde.  Un pensamiento alumbró mi esperanza.

Dorar unos simples lomos de merluza no llevaba tanto tiempo. Por lo que deduje que  mi querida esposa, arrepentida, hacía la salsa verde aunque fuera sin almejas. No pude evitar una sonrisa de satisfacción. La MDLN es incapaz de mantener en el tiempo sus enfados.

-         Ya puedes acabar de poner la mesa. La comida está lista – oí que decía desde la cocina.

Su voz sonó blanda, sin presunción de enojo. El ñu, (Yo) esta vez había ganado y la leona se retiraba.

-         Ya voy – dije

Me tomé mi tiempo para no dar muestras de ansiedad. Luego me levanté y me dirigí a la cocina. Ella ya estaba sentada  a la mesa y la comida puesta en los platos. Sólo tenía que sentarme a comer.

Pero…, la leona no se había retirado sin asestar un último zarpazo al ñu. En el plato no había rastro de salsa verde ni de otro color, sino tres lonchas de merluza frita modas y lirondas que observé detenidamente y que más que fritas parecían electrocutadas.

 Pobrecilla (la merluza) me dije. La MDLN frente a mi comía cabizbaja. Sobre la mesa había un pote de mayonesa bocabajo. Lo cogí y apreté el mismo para servirme al igual que ella,  pero el pote sólo expulsó  aire emitiendo un sonido manifiestamente escatológico.

Lo sacudí con vehemencia para apurar el contenido.  Pero nada. Lo volví a agitar una y otra vez, sin embargo el pote lo único que expulsaba era más aire acompasado  del soez ruido. En una de las sacudidas, con qué vehemencia no la haría que se me escapó de la mano y desde el techo fue a caer sobre la mesa, rebotando y sacudiéndome en toda cara.

 Traté de simular con cierta dignidad el ridículo.  En ese instante,  ella mordiéndose ambos labios se incorporó de la silla y salió de la cocina. Seguramente se dirigía al patio trasero de la casa para reírse a sus anchas. Cuando volvió yo aún seguía zarandeando el maldito pote.

-         No queda mayonesa – dije dándome por vencido. Tenía el hombro dolorido – Se ha agotado.

Entonces, ella, con toda la tranquilidad del mundo, abrió un armario, y sacó un nuevo pote de mayonesa. Al verme  la cara volvió a morderse los labios y a desaparecer de la cocina.

Si a un ñu, de pronto, se le descolgara la ornamenta ante su ñusa, no se hubiera sentido más ridículo. Pero yo en estos casos siempre voy un paso más allá. Cuando torno se sentó otra vez a la mesa para terminar de comer.

Abrí el nuevo recipiente, pero, justo en ese instante tuve un lapsus, y creyendo tener en las manos el vacío, apreté con tal fuerza el lleno, que la mayonesa salió disparada rebotando en mi plato y manchándome todo el pijama de salsa amarilla.

Aquel ridículo, para convertirlo en hito y referencia, sólo hubiera faltado que en aquel momento yo saliera de la cocina cantando aquello de :  A-chi-lipú, apú, apú /A-chi-li, a-chili, achili, chili
 A-chi-li, a-chi-li, a-chi-li, chi-li...

En esta ocasión, a la MDLN no la dio tiempo de morderse los labios, y allí mismo irrumpió en carcajadas. Para cuando empecé a comer la merluza ya estaba fría y apenas comí limitándome a diseccionar los trozos a modo de forense que debiera emitir un diagnóstico sobre la muerte de la misma.

 Si es cierto que la risa es una poderosa réplica al estrés, relaja, llena de optimismo y hace olvidar cuitas, mientras con meticulosidad forense despanzurraba la merluza, pensé que mi mujer, debía ser la  más optimista y feliz del mundo.

Con lo que su monumental enfado habría desaparecido aunque solo fuera por el privilegio de presenciar tan glorioso ridículo por mi parte.

Ridículo que di por bien empleado, primero por oírla reír tan alegre e irreprimiblemente, y segundo por estar seguro de que ello la habría dispuesto para preparar, como compensación, una suculenta cena. 

No me equivoqué en mi eufórica predicción.

Aquella noche cené…. ensalada verde. Qué mejor para un ñu.  



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